Matisse llega a Granda el día 9 de diciembre de 1910 abatido por la noticia de la muerte de su padre y por las malas críticas vertidas a su última obra. Durante su estancia en la ciudad andaluza, el pintor se aloja en la pensión “Carmona”, en donde permanecerá durante tres días.
Henri había ya había descubierto el arte oriental durante una visita a Munich, en octubre de ese mismo año. Allí asiste a la exposición “Lección de Oriente”, donde descubre, entre otros objetos, un jarrón de loza dorada y reflejo metálico perteneciente a la colección de La Alhambra. Ahora, su entrada al palacio nazarí le permite situar mentalmente todas esas cosas en sus precisas ubicaciones. En sus paseos, Matisse descubre cómo la luz se filtra a través de las celosías, la perfección de las composiciones geométricas, el rumor del agua. “
La Alhambra es una maravilla. Sentí allí una inmensa emoción”, escribe el 11 de diciembre a su esposa Amélie. Admirado por la belleza andaluza, el pintor compró azulejos, jarrones, un mantón de manila y una manta de La Alpujarra.
Este viaje reveló a Matisse un universo que recreará en sus obras posteriores, donde, de forma recurrente, aparecen todos esos objetos: mantones de manila que tapan a sus Odaliscas de los años 20, decoraciones geométricas o estancias orientales en una Alhambra reinventada. “
La inspiración me vino de oriente”, escribió el maestro francés en 1947. Una inspiración que hemos podido disfrutar en la muestra “Matisse y La Alhambra (1910 – 2010)” en el Palacio de Carlos V.