lunes, 13 de agosto de 2012

Hopper

Me sobrecoge Hopper. Debo reconocer que hace unos años no me hubiera impactado tanto pero ahora me siento arrastrada hacía el interior de su obra, identificada con el recogimiento de sus chicas, con el aislamiento de sus casas, con la frialdad de sus aguas, con la aspereza de sus puentes, con la soledad de sus surtidores de gasolina. 
Edward Hopper
From Williamsburg. 1928

Edward Hopper
Nighthawks. 1942
Pero hay otro Hopper que no huele a desarraigo, a éxodo, a tristeza, a soledad. Es el Hopper de los alegres carteles publicitarios. De personajes que se divierten jugando al golf, que se bañan alegres en una playa de cristalinas aguas, que esquían en una maravillosa estación invernal, que brindan en una elegante cena de nochevieja.

Edward Hopper
Portadas. 1925

Edward Hopper
Portadas. 1925
Y no puedo dejar de pensar que quizá esa chica que pasea alegre en su descapotable sea la misma que ahora está sentada en una fría cama frente a su ventana. No puedo dejar de pensar que el señor que baila despreocupado en el jardín de un hotel de lujo es el que, años después, atiende la gasolinera de una carretera secundaria.  


Edward Hopper
Gas. 1940
Si, Hopper me sobrecoge mucho en estos momentos pero, cuando me doy media vuelta y dejo la exposición a mis espaldas, no puedo dejar de imaginar la vida de la chica del apartamento... La muchacha cierra los ojos lentamente y aspira el olor del amanecer. El ruido del motor de un coche que arranca rompe el encantador silencio. Se levanta de la cama, se alisa el camisón y se dirige hacia la ventana. Estira sus brazos y su columna como si fuera una gata. Se incorpora y sonríe al nuevo día que comienza. Sus paseos por Cannes son un recuerdo lejano pero ahora hay que disfrutar el presente. Lo mejor está por llegar…


Edward Hopper
Recreación de la obra Morning sun (1953) en el Museo Thyssen

Edward Hopper
Groud Swell. 1939

Edward Hopper
Seven AM. 1948

Hopper
Museo Thyssen - Bornemisza
Hasta el 16 de septiembre

viernes, 4 de marzo de 2011

Matisse en La Alhambra


Matisse llega a Granda el día 9 de diciembre de 1910 abatido por la noticia de la muerte de su padre y por las malas críticas vertidas a su última obra. Durante su estancia en la ciudad andaluza, el pintor se aloja en la pensión “Carmona”, en donde permanecerá durante tres días.

Henri había ya había descubierto el arte oriental durante una visita a Munich, en octubre de ese mismo año. Allí asiste a la exposición “Lección de Oriente”, donde descubre, entre otros objetos, un jarrón de loza dorada y reflejo metálico perteneciente a la colección de La Alhambra. Ahora, su entrada al palacio nazarí le permite situar mentalmente todas esas cosas en sus precisas ubicaciones. En sus paseos, Matisse descubre cómo la luz se filtra a través de las celosías, la perfección de las composiciones geométricas, el rumor del agua. “La Alhambra es una maravilla. Sentí allí una inmensa emoción”, escribe el 11 de diciembre a su esposa Amélie. Admirado por la belleza andaluza, el pintor compró azulejos, jarrones, un mantón de manila y una manta de La Alpujarra.

Este viaje reveló a Matisse un universo que recreará en sus obras posteriores, donde, de forma recurrente, aparecen todos esos objetos: mantones de manila que tapan a sus Odaliscas de los años 20, decoraciones geométricas o estancias orientales en una Alhambra reinventada. “La inspiración me vino de oriente”, escribió el maestro francés en 1947. Una inspiración que hemos podido disfrutar en la muestra “Matisse y La Alhambra (1910 – 2010)” en el Palacio de Carlos V.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Madrid huele a gardenias, a dalias, a manzanos, a hierba fresca…



En 1878 Calude Monet pinta El parque Monceau, abierto por Napoléon III al pueblo parisino pocos años antes. En este vergel, quizás el más aristocrático de la ciudad de la luz, se refugió María Antonieta tras la Toma de la Bastilla. No es difícil imaginar el interés del pintor impresionista por captar los reflejos de la luz en los árboles vetados a los ciudadanos hasta hacía tan poco… Un año después, Sargent contempla una desenfocada Puesta de sol en los Jardines de Luxemburgo , donde una elegante pareja se pasea en este lugar creado por María de Médici. Y ya en el siglo XX, Munch se desprende de su habitual carga simbólica y dramática e, inspirado por la belleza de tres Gansos en un huerto, compone una alegre y espontánea obra.

La exposición se llama Jardines Impresionistas pero la muestra no solo nos permite ver las composiciones de las grandes figuras de este movimiento como Renoir, Morisot o Pissarro, sino también las de sus precursores -Delacroix, Corot o Millet-; las de sus seguidores -Cézanne, Gauguin o Van Gogh- y las de artistas posteriores como Klimt o Nolde. En el Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid hasta el 13 de febrero.

jueves, 21 de octubre de 2010

Renoir en El Prado

Renoir siempre me ha fascinado por ser un pintor revolucionario con un fuerte peso de la tradición. No hay más que ver las imágenes de sus mujeres bañistas para darse cuenta del influjo de Rubens y Tiziano en sus pinceles. El maestro francés fue un trabajador incansable. Hace unos años un nieto suyo revelaba que, por culpa de una artritis reumatoide, su abuelo se ataba pinceles a sus deformados dedos para poder seguir trabajado. Ahora, El Museo del Prado nos muestra algunos de esos cuadros realizados durante la enfermedad del pintor en la primera exposición monográfica dedicada al genio de Limoges. Estas 31 obras han viajado, por primera vez, desde Massachusset hasta España para mostrarnos un Renoir diferente al archiconocido artista de Le Moulin de la Gallette. Y es que estas obras nos permiten olvidarnos un poco del impresionismo, del que Renoir fue sin duda un maestro, para adentrarnos en un mundo pictórico de reminiscencias clásicas. Yo, de este universo renoiriano lleno de vida y de belleza, me quedo con sus figuras femeninas captadas, a modo de instantánea, en actitudes íntimas y sensuales. Creo que desde Rubens, nadie había tratado el cuerpo femenino con tanta dulzura y sutileza…